jueves, 16 de noviembre de 2017

Maquetas en relatos y películas & III



En las dos entregas anteriores vimos maquetas ferroviarias utilizadas para caracterizar a sus propietarios, y maquetas que eran como mundos paralelos donde se refugiaban los personajes. La tercera y última parte la dedicaremos a maquetas que tienen una clara función de metáfora, sea de algún personaje, sea del mundo en que éste vive.

Un ataque a la maqueta de alguien es como una agresión a su persona, mucho más que una arremetida contra su mascota o contra su coche. Es algo parecido a lo que ocurre con los jardines. Maquetas y jardines acumulan muchas horas de dedicación y es inevitable que su constructor proyecte en ellos su personalidad y sus sueños; si los bonsáis acaban tomando la forma del alma de su cuidador, las maquetas son una imagen del mundo tal y como lo quisieran sus dueños.

En la película Život je čudo (2004, La vida es un milagro) de Emir Kusturica, el protagonista es un ingeniero ferroviario que sueña con convertir en atracción turística una rama secundaria. La Guerra de los Balcanes hace su empresa imposible, pero él sigue trabajando, tanto en el trazado real como en su maqueta. Su mujer se enfada cuando el hijo es llamado a filas y se marcha. Los milicianos dejan a su cargo una mujer rehén. La relación que ambas mujeres tienen con el ingeniero pasan por la maqueta: la mujer la ataca cuando se enfada, la rehén se apasiona con ella cuando se enamora de su dueño.

Más allá están las vías. Relucen como nervios estirados y chispeantes entre piedras gastadas. El paso subterráneo al otro anden rebozado de baldosines emblanquecidos por un neón que se agota en un cartel borrado e inútil.
Esta magnífica descripción pertenece al relato breve Papá Noel de Julio Frisón (1993). La voz narrativa describe con todo detalle una estación que acaba siendo la de una maqueta que un padre emocionado enseña a manejar a su hijo. En este caso es, para el padre, metáfora del pasado que ya no volverá.

Mucho más calado tiene la maqueta que aparece en la película Europe (1991, Europa) de Lars von Triers, toda ella de interés ferroviario. Asistimos a los problemas de Leopold Kessler, un americano de origen alemán que acude al Berlín ocupado para trabajar de conductor de coche-cama; en su decisión hay mucho de deseo de reconstruir el país, pero será seducido por Kat, la hija del empresario ferroviario Max Hartmann, e implicado en las acciones de los partisanos nazis. Kat le muestra a Leopold una magnífica maqueta ferroviaria que Max le regaló a su hijo Larry, pero que éste no ha usado nunca. La maqueta es como una metáfora de la Alemania nazi, Max ha mirado siempre el país como si de una maqueta ferroviaria se tratara y ha actuado en todo momento en consecuencia a su visión, colaborando primero en la deportación y ahora con los ocupantes americanos. En una escena cargadísima de significado, la del fotograma que abre esta entrada, Kat y Leopold se aman por primera vez sobre la maqueta y cuando Max se suicida en el piso de arriba abrumado por sus contradicciones, el tren de la maqueta descarrila.

La más demoledora de las películas con maqueta es el telefilme alemán Liebe, Tod und Eisenbahn (1989, Amor, muerte y trenes) dirigido por Gert Steinheimer. Una pareja joven se muda a un edificio de apartamentos propiedad de un matrimonio mayor. Se supone que el hombre ha abandonado su afición a los trenes de miniatura, una adicción que, según su esposa, puede acabar con cualquier matrimonio. “Estos trenecitos… son monstruos,” le dice la experimentada a la joven, “destruyen matrimonios en unos pocos instantes. Yo le seguí el juego durante más de cuarenta años, hasta que un día, por fin, se me acabó la paciencia. O yo o estas locomotoras eléctricas, que se definiera. Fue entonces cuando se deshizo de toda esta basura, pero, aun así, no ha quedado curado.” Pero el casero conserva una maqueta oculta en el techo: “Esta maqueta la construí en el invierno del ochenta y cuatro, mi mujer estaba en el hospital debido a sus cálculos renales. No ha logrado descubrirla. Ahora vivo esperando sus próximos cálculos renales”. A base de regalarle un equipo básico, el casero inicia al joven esposo en la afición. Éste se deja absorber tanto por los trenecitos, que acaba perdiendo la apetencia sexual por su mujer. Ella intenta aficionarse a los trenes y busca todo tipo de maneras de seducirle y ponerle celoso, pero todo es en vano y la historia deriva hacia un truculento final que parece inspirado en el de Small Town (La maqueta) de Philip K. Dick.


Si en La vida es un milagro la maqueta era metáfora de los desencuentros con la mujer i los encuentros con la rehén, ahora lo es del hastío del matrimonio mayor y de los problemas de una joven pareja que tienen poco en común.

En definitiva, las inofensivas maquetas son mucho más que un diorama, vías, trenes i tecnología de control, pueden ser la representación del paraíso o, como decía la casera, monstruos.