miércoles, 30 de abril de 2014

Eric Lomax: ferrocarril, tortura y perdón

Ya puede verse en las carteleras auropeas la película The Railway Man (Un largo viaje) del director Jonathan Teplitzky. Esta producción australiano-británica estuvo en la sección oficial del festival de San Sebastián del año pasado. En España se ha anunciado su estreno para septiembre de este año. La película es una adptación del libro autobiográfico The Railway Man de Eric Lomax.

El escocés Eric Lomax (1919 - 2012) vivió una horrible experiencia durante la Segunda Guerra Mundial cuando cayó prisionero de los japoneses. Estuvo en un batallón que realizaba trabajos forzados en la construcción del ferrocarril con que los nipones quisieron unir Burma y Siam. A raíz de la confección artesanal de un receptor de radio clandestino, fue detenido y castigado junto con otros soldados, pero cuando le encontraron un mapa de la línea ferroviaria, que había trazado por pura afición al ferrocarril, lo entregaron a la Kempei que lo torturó y encerró en una cárcel inhumana bajo la acusación de espionaje. 

Su estremecedora experiencia la plasmó en el libro editado por Vintage Books en 1995, en el que
narra el trato recibido, las secuelas que le dejó la tortura, cómo se rehizo de ellas, el odio larvado hacía los japoneses y su encuentro final de reconciliación con Takashi Nagase, su interrogador durante la sesiones de tortura por ahogo con agua. El libro, que lamentablemente no se ha traducido al español, es de un gran interés humano, pero también ferroviario. Desde adolescente Eric Lomax se consideraba a sí mismo un aficionado ferroviario profundo. En el libro nos narra sus observaciones ferroviarias en la Gran Bretaña y cómo durante la guerra y su cautiverio no perdía ocasión de practicar su afición, lo que no extrañará a cualquier entusiasta ferroviario. La fascinación de Lomax por las consecuciones de la tecnología queda recogida en los primeros párrafos del libro.
Es difícil explicar a los jóvenes nacidos en países que casi han olvidado la metalurgia pesada como eran de imponentes los procesos industriales que han conformado nuestra vidas; para mi padre, y para mi después, las grandes máquinas no eran temibles ni penosas, sino constructos admirables, tan fascinantes como la naturaleza, criaturas creadas por los humanos.
Eric Lomax fue testigo de la construcción de un ferrocarril al cual renunciaron los colonos europeos pues consideraron que el precio que se pagaría en vidas humanas sería demasiado alto. Del intento de los japoneses se dice que produjo un muerto por cada traviesa. A pesar de vivir en este infierno, su fascinación por el ferrocarril no se enfrió.
Incluso aquí, en un campo de prisioneros cercano a los responsables de organizar la crueldad a gran escala y capaces de una crueldad espontánea e inimaginable con los individuos, yo fui capaz de disfrutar con las locomotoras que me gustaban y a las que ahora estaba involuntariamente tan cercano. Un día, poco después de la partida de los grupos F y H, del lado de la nueva línea de Burma se levantó una columna de humo y vapor. No había habido antes locomotoras sobre estos raíles, y yo me levanté rápidamente. El tren, pequeño y con tres o cuatro vagones de mercancías, entró en el campo de prisioneros. Era una bella máquina preservada, construida en el cambio de siglo por Krauss de Munich. Recuerdo la alegría de su súbita aparición entre las palmeras.
En el tramo final de libro, cuando se narra el emotivo encuentro entre Lomax y Nagase, entre el torturador que pide perdón y el torturado capaz de perdonar, el autor no puede evitar describirnos la locomotora preservada que hace de muda testigo desde un monumento cercano al puente sobre el río Kwai donde se produce la cita:
Hay una locomotora de vapor C56 inmaculada, descrita por los autores del monumento como la primera en circular por la línea de Burma. Se yergue orgullosa, sus deflectores de humo pulidos, sus grandes ruedas motrices presionando la grava, su belleza, un monumento a la barbarie.
Estas famosas C56 fueron construidas a partir de 1934 para las líneas de larga distancia del Japón. Unas 90 unidades fueron construidas para anchos de vía de 1067 i 1000 milímetros y destinadas a las ocupadas Birmania y Tailandia.

Esperemos que, con el estreno en España de la película, nos llegue también una buena traducción del libro.

jueves, 24 de abril de 2014

Rompenieves, releyendo la novela gráfica


Se ha anunciado para el 9 de mayo el estreno en España de Transperceniege (Rompenieves) la adaptación al cine de la novela gráfica del mismo nombre. Mientras esperamos la película, es tiempo de recordar el cómic.

En 1984 el guionista Jacques Loeb (Lob) y el dibujante Jean-Marc Rochette, publicaron el primer volumen de la serie. En un futuro en el que el cambio climático ha helado el planeta hasta hacer imposible la vida, un tren de 1001 coches contiene toda la humanidad superviviente debidamente clasificada en coches dorados, coches de segunda y vagones de mercancías para los parias. El tren es arrastrado por una locomotora, divinizada por la población, que va equipada con un motor y una fuente de energía que, aunque muy poco a poco, va agotándose.

Un héroe que logra salir de la parte trasera, y que cuenta con el apoyo de una activista pro derechos de los viajeros de cola, consigue recorrer el tren y descubrir sus secretos y las intenciones de la clase dominante. El guión tiene una clara intencionalidad política y mantiene el interés de manera creciente, pero el dibujo, aunque es adecuado al argumento, no representa muy bien la acción y tiene un tempo desequilibrado.

En 1999, el guionista Benjamín Legrand tomó el relevo del fallecido Lob para realizar la segunda y la tercera parte de la historia. Los protagonistas de estas nuevas entregas son un explorador del exterior y la hija del presidente de la Hermandad de la Santa Locomotora, una creadora de viajes virtuales para la población que viaja en el tren. La diferencia entre el guión de Lob y los de Legrand radica en que el primero plantea el argumento en términos éticos, mientras que el segundo se pierde en una deriva sin mucho fundamento que aboca a un final nihilista. Incluso la coherencia feroviaria se rompe en las entregas dos y tres: el lector puede llegar a olvidar que la acción transcurre en un tren, sobretodo cuando éste abandona la vía sobre unas orugas y cruza la superficie helada del mar en busca del origen de una lejana señal de radio.

No es de estrañar, pues, que la versión cinematográfica se base exclusivamente en la primera parte de la novela gráfica.

A continuación unas viñetas del primer volumen que dan idea de su planteamiento.



Y ahora unas viñetas del segundo volumen, con los exploradores en acción tras una parada del tren.


Y finalmente, estas viñetas del tercer volumen con el tren avanzando por el mar helado sobre las orugas.

martes, 15 de abril de 2014

Ferrocarriles en la cartoteca


Esta es una fotografía de una carta auxiliar para la enseñanza del francés. Uno de los actos del centenario del Institut Escola del Traball (Instituto Escuela del Trabajo) de Barcelona, ha sido una exposición de piezas de la cartoteca histórica del centro. Entre mapas y láminas diversas, la mayoría técnicas como corresponde a la naturaleza del centro, destacan por su factura las destinadas a la enseñanza del francés.

Las cartas fueron publicadas a principios del siglo XX por el editor de Burdeos G. Delmas y las ilustraciones son de Emile Poissonie. Los Tableaux Auxiliaires Delmas llegaron a Barcelona en los años treinta por el pedido del profesor de francés del centro sr. Francesch Pastor.

La carta que se reproduce ilustra una estación de ferrocarril. Todos sus elementos están numerados para que profesores y alumnos puedan referirse a ellos: ferroviarios, material rodante, elementos arquitectónicos, pasajeros, equipajes, servicios, material auxiliar... Merece la pena entretenerse con los detalles.





viernes, 4 de abril de 2014

Un momento erótico y ferroviario de Marguerite Duras


Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Marguerite Duras (Gia Dinh, Vietnam, 1914 – París, Francia, 1996), novelista, guionista y directora de cine francesa. En 1986 publicó Le train de Bordeaux (El tren de Burdeos), un relato breve que se limita a aprehender un instante, a describir una experiencia vivida durante un viaje en tren. Una anécdota que se inscribe de lleno en el erotismo ferroviario.
Una vez, tuve dieciséis años. A esta edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930. Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano. Yo siempre llevaba estos vestidos claros de las colonias los pies desnudos en unas sandalias. No tenía sueño.
La joven entabla conversación con el hombre, le narra historias de la vida en las colonias, de sus planes de futuro. Cuando es hora de dormir, él sale a buscarle una manta y la tapa.
Me quedé dormida. Me desperté por su mano dulce y cálida sobre mis piernas, las estiraba muy lentamente y trataba de subir hacia mi cuerpo. Abrí los ojos apenas. Vi que miraba a la gente del vagón, que la vigilaba, que tenía miedo. En un movimiento muy lento, avancé mi cuerpo hacia él. Puse mis pies contra él. Se los di. Él los cogió. Con los ojos cerrados seguía todos sus movimientos. Al principio eran lentos, luego empezaron a ser cada vez más retardados, contenidos hasta el final, el abandono al goce, tan difícil de soportar como si hubiera gritado. 
Hubo un largo momento en que no ocurrió nada, salvo el ruido del tren. Se puso a ir más deprisa y el ruido se hizo ensordecedor. Luego, de nuevo, resultó soportable. Su mano llegó sobre mí. Era salvaje, estaba todavía caliente, tenía miedo. La guardé en la mía. Luego la solté, y la dejé hacer (1).
Parece claro que el hecho relatado fue vivido por la autora o, al menos, es la reelaboración literaria de una experiencia personal, como ya ocurría en su obra más conocida, L’amant (1984, El amante), que narra la apaisonada relación amorosa entre una adolescente de quince años y un rico comerciante chino de veintiseis. Recibió el premio Goncour del mismo año.

Marguerite Duras es una más de la larga nómina de autores que han ambientado episodios eróticos en el ferrocarril.

(1) Traducción de Menene Gras Balaguer