domingo, 20 de octubre de 2013

De la influencia de la prensa feminista comprometida sobre la vida cotidiana


Así reza el pie de esta postal de época ambientada en un coche de ferrocarril, pero las apariencias engañan porque se trata de una creación actual de la editorial suiza Plonk and Replonk. La imagen ironiza sobre las postales de estética semejante de principios del siglo XX, cuando las sufragistas eran el blanco de la burla de muchos dibujantes e ilustradores, hombres, naturalmente.

Los guiños no acaban aquí porque esta postal imita con fidelidad el aire de las series de fotografías que contaban pequeñas historias a modo de fotonovela, a menudo en verso. En Francia las llamaban cartes de fantasie y una de estas series, la tomada como modelo por Plonk and Replonk, titulada En wagon, con textos de Marcel Houjan y editada por Phototypie A. Bergeret et Cie de Nancy (Francia) en los primeros años del siglo XX, transcurre en el interior de un coche de segunda de compartimentos aislados. He aquí las postales 1 y 9 de la serie, con la correspondiente traducción:


En un vagón de segunda clase
Tomé plaza una hermosa  mañana
Frente a una carita bonita;
Y mientras mi desconocida
Bajó la mirada ingenua
Yo lo admiraba sigilosamente.


Yo defendí tan bien mi causa
Que mi bella, sonrojada,
Dejó con una sonrisa encantadora
Y una mirada llena de ternura
caer mi alma en la embriaguez,
Y yo la atraje triunfante.

Con lo visto y leído uno ya se hace a la idea de la estética y la mentalidad del momento... sobretodo si sabemos que la postal décima y última proclama: "Desde entonces viajamos juntos, / Esto es natural, me parece, / Porque ella es mi esposa ahora." Aunque el final sea moralista porque los tiempos lo requerían, el tema de la colección de postales es un clásico: la oportunidad de galanteo que ofrece el coche ferroviario, y éste es un tema que nació con el mismo ferrocarril y que sigue vigente en la literatura y el cine actuales. 

martes, 8 de octubre de 2013

El primer chispazo de un romance ferroviario


El primer capítulo de la novela Pilar Prim (1906) de Narcís Oller transcurre en un viaje en tren entre Barcelona y los Pirineos. Los párrafos iniciales describen muy bien los usos de la época, como vestir un guardapolvo al viajar en tren, usar el servicio durante el viaje o la existencia de compartimientos para mujeres solas:


La primera cosa que buscó Deberga al entrar en el muelle de la Estación del Norte fue un compartimiento vacío; y ya desesperaba de encontrarlo, y a punto estaba de meterse, enojado, en uno de los que menos gente contenía, cuando, haciéndole notar su criado que el conductor retiraba la placa de un reservado de señoras, corrió a meterse en él. Era medianos de julio, el cenit de la escapada estival de los barceloneses. El tren rebosaba de viajeros. Encontrar un compartimiento vacío donde poder tumbarse era sacar la lotería. Satisfecho del descubrimiento, puso en la red la bolsa de mano que llevaba, se endosó el guardapolvo, encendió un cigarrillo, se tumbó en el diván de utrecht rojo y abrió el periódico para adormecerse mejor.

Pero no viajará solo: la joven viuda Pilar Prim se instala con su hija de diecinueve años y su hijo menor en el compartimiento que ocupa el apuesto Marcial Deberga y se inicia el juego del interés y las miradas

Salió el tren de su cueva negra, avanzando con brío por las soleadas huertas del Vallés y entonces los compañeros de viaje se saludaron con frialdad, abrieron libros y periódicos, y pasaron ratos examinándose mutuamente, ya por encima de las hojas que no leían, ya a través de la tenue trama de pestañas que a menudo, contra su voluntad, el fulgor del sol les hacía cerrar.
–Es bien guapo –dijo al cabo de media hora la joven a la oreja de la mayor.
–Mucho –afirmó Pilar repasando, con toda la minuciosa observación de mujer, las facciones del aludido.
(…)
–¡Buena jembra! –exclamó, para sí, aquel sátiro ciudadano, formulándose la impresión en andaluz bien marcado. Y estuvo un rato hechizado, extasiado en la contemplación de aquella mujer.

El autor capta a la perfección el impulso instintivo, el chispazo de interés que se produce entre los viajeros y que acabará propiciando el romance que centra el argumento de la novela. Desde la misma aparición del ferrocarril, la literatura esta llena de aventuras nacidas en el acogedor anonimato de las estaciones y los trenes, pero en este capítulo inicial, Oller combina como pocos la descripción casi costumbrista del viaje con los sutiles inicios del romance.